A los 11 años el flaco Barbieri le tenía bronca a papá Noel porque consideraba que era una representación del colonialismo cocacolero, a la bebida la detestaba no por causa del PH, sino porque pensaba que era una poción mágica altamente nociva y adictiva elaborada por brujas y hechiceros del Norte. “He observado en el viaducto figuras antropomórficas vagando por la noche” - me decía cabizbajo – “No tengo dudas que son entidades polimetamórficas que se apropiaron del alma de algunos infelices que bebieron esa inmundicia.”
De modo que cada año, desde niño, lo esperaba escondido con la escopeta de su padre para probar puntería. El problema, o la suerte, era que siempre se terminaba durmiendo y al otro día aceptaba los regalos de la persona que más odiaba. Y así terminaba jugando con los robots y los cochecitos que el barbudo risueño le traía por supuesto altruismo.
Este recuerdo viene a raíz de la cercanía de la navidad que una buena parte del mundo se empeña en celebrar. Es en esta época que comerciantes sádicos nos ponen en la calle una combinación terrible de música. Donde suman al ruido natural de camiones y coches, los alaridos desgarrados de Pavarotti mezclados con el último éxito de la Madonna de turno y por supuesto las eternas “canciones de Navidad” que las aceptamos quizás, porque confinadas a este mes, tenemos la esperanza que no las tendremos que sufrir en otras épocas del año. Los vendedores creen que esta estrategia sonora nos llevará a un misterioso consumo desenfrenado que agotará el stock de las tiendas.
Y todo esto sucede en una época en que nos preparan diariamente para la malaria que se viene y anuncian las privaciones que sufriremos para enfrentar la crisis económica. Esa crisis que no creó el ciudadano común, pero que obligatoriamente el destino y la ley se las arreglan para que el ciudadano común las pague. Mientras los medios masivos de comunicación, de buenos que son, diariamente nos enjuagan el cerebro para que aceptemos pagar la cuenta de los que se afanaron la guita, nos hipnotizan para que compremos un coche nuevo, 18 celulares o el nuevo “I-butt” con pantalla gigante para leer el “Ulises” de Joyce mientras comemos de los tachos de basura.
Simple pero eficaz, el espíritu de la Navidad nos envuelve y durante este mes nos proponen ser obligatoriamente buenos y nos incitan a consumir y consumir para acabar por consumar el rito anual de comer y gastar en exceso, ideal para celebrar cualquier crisis económica mundial que se precie.
En cuanto caminaba, mareado por interminables Pavarottis, Abbas, Carlos Gardeles y Marizas, me acordé de ese diciembre en que mi amigo Barbieri, ya un muchacho, cansado de ser anualmente sobornado por un empresario escandinavo decidió definitivamente ponerle fin a la vida de ese papá que esclaviza enanos y anda en trineo aún en Barracas con 35º grados a la sombra. “Mi corrupción tiene límites, hoy lo carbonizo aunque tenga que prender fuego la casa!” – me dijo, mientras montaba una maquinaria exuberante que supuestamente iba reventar por control remoto la chimenea de su casa justo a la medianoche. Pero quiso el destino que antes del plazo previsto nuevamente se durmiera con un pedazo de turrón en la mano mientras escuchaba “Nostalgias” cantada por el Hugo Marcel. Superado por el sueño no apretó el botón.
Cuando se despertó se sintió como Prometeo encadenado pero sin la ayuda de Heracles y comprendió tardíamente que el destino es una cosa seria, a veces, muy desagradable. “Que te lo diga Edipo” - me dijo por teléfono, y al día siguiente lo vi de lejos con los regalos que el gordo le había dejado en el arbolito. Después no lo vi más. Se mudó. En el barrio, Don Pascual, el almacenero me comentó que había emigrado a uno de los polos y que en un bunker almacenaba uranio. “Sí, uranio empobrecido como nuestra civilización” - dijo mientras me cortaba 100g de salame.
Buenas noches
De tan bella prosa retiro la imagen cintilante de la chimenea siendo volada por control remoto en el momento exacto. Breton y Tristan Tzara aprobarian. Espero que el renito ese de nariz bermeja no resulte herido, ese me cae simpatico a mí, mira tú.
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