Antes, cuando la gente hacia bromas con la vida y había tiempo para jugar con el tiempo, el tango se reía y nos dejaba acompañados de la ilusión de ese ángel que nos ayudaba a seguir; a crear futuro.
El tango rápidamente con el tiempo ganó la desesperanza en el desarraigo, y se quedó añorando el pasado. Con la ilusión de volver al origen gestó su expansión para que en cualquier punto del universo nos sintamos de regreso.
Pero ante la frustración existencial los tangueros nos escapamos.
Noctívagos, y con el deseo de calor humano buscamos un refugio imposible en la Era de la Bestia.
En los trágicos momentos que vivimos, el mundo se transfigura en un enorme cementerio saqueado y nuestros amores nos hacen más sensibles al peligro inminente.
El planeta ha sido tomado por huestes deseosas de sangre y ya no hay guapos. Hay coraje pero en un mundo de traidores la muerte gana almas y los cementerios están rellenos de valientes.
En cualquier lugar del planeta los barrios rabiosos nos muerden los talones cuando queremos regresar a casa.
Escuchar un tango nos hace sentir en carne propia nuestra fragilidad, nuestra agonía.
Discepolin describe claramente nuestra tragedia, nos movemos en un constante desencuentro.
La figura frívola y funesta de parejitas de papel reboleando las patas en el aire que se vende al por mayor, no nos engaña. Son posibles hologramas de marionetas bastardas fraguados por los adoradores de la diosa tecnología, esa chancha viciosa que apadrina nuestra babeante mente controlada, hasta que la muerte nos separe.
Oporto de lluvia nos invita a rellenar la noche con nuestra mirada. Porque ya no hay más que eso.
Sentado en un viejo café mastico un pedazo de pan y con amargura veo deshacerse los días.
Masacres de masacres sin ángeles desfilan constantemente y procesiones de demonios colman las calles. Tangueros: El derrumbe ha llegado, el futuro gatea en una infinita cuesta abajo.
Masacres de masacres sin ángeles desfilan constantemente y procesiones de demonios colman las calles. Tangueros: El derrumbe ha llegado, el futuro gatea en una infinita cuesta abajo.
Esperando que los buitres no hagan su trabajo, maquino la vuelta a un lugar improbable donde no exista la patraña de una promesa que nunca será realizada. Donde la mirada de los niños se proyecte a las estrellas y nos dejen, por fin, abandonar nuestra fantasmal existencia.
Entrada la noche, recordando un tango, me envuelvo en sombras y desaparezco en la lluvia. Cargando esta soledad infinita, perdido entre los muertos de siempre, camino sintiendo el peso de una música que nos transporta a la barbarie de una inextricable ciudad abandonada y su ausencia nos desangra sin dejarnos morir.
Buenas noches.
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