(Cualquier
similitud con la realidad es pura coincidencia)
La vida
en Portugal Zombie transcurre sin problemas, hundiéndonos en el más oscuro
abismo de la deuda externa-interna, por
eso hoy, para todos los niñitos, contaremos
una historia de otro país. Otro país, un país nórdico del sur llamado Portiugaal,
para que les cuenten a sus amiguitos y
se diviertan sano y en familia.
Había
un país llamado Portiugaal, (cualquier similitud con otro país, reino,
provincia o zoológico es pura coincidencia) gobernado por un tirano fascista, o
mejor dicho dos tiranos fascistas o mejor aún: tres tiranos fascistas, algo
parecido a los tres chiflados, pero mucho más tenebrosos y, a diferencia de estos, repugnantes.
Estos
gobernantes hostigaban a su pueblo los “tiugalitos”. Y entre vinacho y caviar pagado
por el dinero de los atontados contribuyentes, robaban eficazmente al pueblo y al estado para bienestar de sus
bolsillos y de sus jefes. En este país ya no había hadas, ni superhéroes de
ningún tipo, todos habían emigrado. Algunos hasta tuvieron que vender sus capas
y botas para pagarse un boleto en colectivo para ir a Suiza. Al ratón Pérez - ese roedor español - le
robaron hasta los dientes y un Hada tuvo
que vender su cuerpo y su varita para conseguir su pasaporte para Africa.
El más
feo de ellos era un homosexual católico no asumido que robaba y vendía a su
patria al mejor postor. Coordinaba el Centro de Despotismo Sádico, una
asociación que combinaba en su justa medida religión con tortura.
El más
tonto de ellos era un semi-mono mutante que quería simular inteligencia
impostando la voz. Y mientras entretenía al “soberano” con cuentos chinos en voz modulada, vendía
a su patria y traicionaba a su pueblo. Mintiendo y privatizando. Privatizando y
mintiendo. Mintiendo y descuartizando trabajadores.
El más
viejo y más astuto de ellos tenía aversión de los pobres y pensaba en un
exterminio lento de los más desfavorecidos
como una solución final. Repetía
que a fin de cuentas después de muerto, el pueblo de los pobres no
tendría más hambre. Combinaba su maldad con pericia numérica, y con ayuda del
Banco Putrefacto Nacionalista solventaba
sus negocios ilícitos. “Solución final” gritaba el viejo en sus sueños, babeándose.
Las
tres hienas traidoras, como cariñosamente eran conocidos por la gente, pretendían
cambiar la constitución para facilitar el exterminio definitivo de su pueblo. Y
así lo hicieron con ayuda externa, de economistas naazziss y de otros animales
ávidos de sangre e imperio.
El
pueblo abúlico, anestesiado, y con miedo veía como las tres moiras se apoderaban de
todo y lo vendían rápidamente al extranjero. Dejándo a su pais progresivamente sin
nada. Sin pertenencias, sin trabajo, sin
sangre solo con sus miserias.
Como la
justicia era lenta o no existía, las tres hienas violaron niños, mujeres y
ancianas, por pura diversión o aburrimiento. Mataron trabajadores, y a todos
los opositores haciendo ollas populares con cadáveres guisados. Decían: para el
pueblo lo que es del pueblo.
Los
superhéroes emigrados, que ahora servían café en los países Muynórdicos, no pudieron ayudar,
y los últimos niños rebeldes en morir cavaron las
fosas donde fueron enterrados.
La
tierra quedó sin “tiugasitos” solo sobrevivió una pequeña aristocracia que
colaboró con el gobierno para mantener un grupo reducido de esclavos y algo que definian como República P.
Niños,
no hay nada en el infierno que se diferencie de esta vida. Pero intenten no
elegir a la muerte como solución.
La
lucha es desigual, lo sabemos, pero si esta es la hora de cosechar cadáveres,
les recomiendo que se empiecen a defender por cualquier medio si quieren unas
horas más en este infierno.
Y colorín
colorado este cuento se ha terminado. Ahora, sin moraleja, a dormir niñitos.
Que mañana vamos a inaugurar nuevos cementerios.
(Un
agradecimiento a João La Fontaine da Silva Barroso por sus aportes.)
Buenas
noches,
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