sábado, 29 de junio de 2013

Gabriel Senanes


Voy a transcribir un texto de Gabriel Senanes, compositor, periodista y médico
Más tarde comentaré algo...


GABRIEL SENANES.
De la redacción de Clarín

 

Los músicos, como los periodistas, médicos, asadores aficionados, funcionarios circunstanciales o jugadores vocacionales de truco o de ping pong, no se privan de disipar energía en internas, kioscos, partidos, sectas, clubes y castas bastante poco castas. Por ejemplo, un prejuicio bastante en boga en Occidente plantea una especie de tabla de valor para los géneros musicales. Este supuesto ranking de la excelencia atribuye el primer lugar a la música de origen centroeuropeo y tradición escrita llamada clásica. De ahí para abajo, vendrían el jazz y luego el resto. De esta forma, la calidad de un músico dependería sólo deltipo de música que hace y no de su potencia expresiva.


Este hipótetico escalafón con géneros de primera clase, de segunda o de cuarta se completa con la idea de que todo músico puede hacer de taquito y con resto los géneros que le quedan por debajo en la aristocrática tablita. Y nunca los que le quedarían por arriba. En estas dogmáticas reglas de juego, las fichas se pueden mover en una sola dirección, del Parnaso al rioba.

Entre las secuelas prácticas de esta teoría en sus variantes más paternalistas están por ejemplo las travesuras de Plácido Domingo, Luciano Pavarotti, Yehudi Menuhin, Daniel Barenboim y otros músicos clásicos con el tango, el jazz, el pop u otros géneros. Los músicos clásicos vendrían a ser superiores, ergo pueden hacer todo bien, como si la música clásica no tuviera, como todas, su merecida dosis de mediocres. Es probable que en ningún caso el efecto sea más patético y hasta divertido como en el caso de la voz lírica, un estilo en sí mismo, llevándose por delante a la multifacética canción popular.

A su vez, los jazzeros, segundos en la tablita, no podrían aventurarse con los clásicos, para lo cual habría que hacerse el sordo con la exquisita faceta camarística y concertante de Wynton Marsalis o Paquito D''Rivera, por dar dos ejemplos de pecadores que desafiaron el Olimpo. Pero a los jazzeros sí les estaría permitido abordar (sin abortar) las músicas que les quedarían por debajo. En efecto, hay músicos de jazz que piensan —sin el más mínimo rastro de modestia, por falsa que sea— que un músico de jazz por el sólo hecho de serlo podría encarar cualquier otro género y jazzificarlo. Lo cual de antemano no garantiza nada bueno, ni malo. Así, siguiendo el esquema, sería mejor jazzificar el tango que tangolizar el jazz. El jazz vendría a ser el único sinónimo y garantía automática de libertad, y por lo tanto, todo y cualquier cosa podría ser jazzificado. ¿Adónde está la libertad?, preguntó alguna vez el sucio y desprolijo filósofo Norberto Napolitano (a) Pappo.

En nombre del jazz se otorgan licencias para matar, particularmente si se trata de inspirarse en la denominada World Music, o sea, Música del Resto del Mundo, eso que queda más allá de las fronteras de los Estados Unidos, ombligo natural del jazz. O de picotear alegremente en las llamadas músicas étnicas, rótulo con que se refieren ciertos televidentes a lo que se oye en las tribus expuestas en canales tipo Discovery Channel o National Geographic. Rótulo que a su vez esas tribus deberían aplicar a la música de esos mismos televidentes, en todo caso integrantes de otras tribus, metropolitanas usuarias de trompetas, minifaldas y corbatas, y no aldeanos cultores de tambores, taparrabos y máscaras. ¿Hay una música que no sea étnica?

Dicho todo de otra manera: ¿quién prefiere a Marcelo Alvarez (des)haciendo tangos teniendo a mano a un tal Gardel o esos insípidos y sobre todo inodoros (des)arreglos sinfónicos de temas de Los Beatles a los propios Beatles? ¿Quién dijo que Rivero podía volar y valer menos por cantar tango y no ópera? ¿Hizo mal Horacio Salgán dedicándose a Salgán y no a Chopin? ¿Es más expresivo cualquier otro pianista tocando Salgán que tocando Chopin, un violinista clásico que un quenista folclórico, una orquesta sinfónica que una orquesta de gamelán, un frac que una remera, el pelo largo que la calvicie, los anteojos redonditos que los de sol?

El arte lo pone cada artista.

En Portugal no hay payasos

Después de meses de silencio. Descubrimos que:


En Portugal no hay payasos.
En Portugal no hay payasos.
En Portugal no hay payasos.
En Portugal no hay payasos.
En Portugal no hay payasos.
En Portugal no hay payasos.
En Portugal no hay payasos.
En Portugal no hay payasos.
 
En Portugal no hay payasos.
En Portugal no hay payasos.
En Portugal no hay payasos.
En Portugal no hay payasos.
En Portugal no hay payasos.
En Portugal no hay payasos.
En Portugal no hay payasos.
En Portugal no hay payasos.