martes, 5 de octubre de 2010

Tango del demonio.

El bandoneonista Fernando Gutiérrez Galarreta tenía una rutina grotesca, una condena diaria llamada trabajo. Después de volver cansado de la milonga, guardaba siempre su bandoneón en el armario de su cuarto y al rato que se acostaba el instrumento empezaba a tocar solo. Se oían las repetidas "Quejas" de Troilo y por veces el "9 de julio" mezclado con "Apparitions" de György Ligeti, o unas ingeniosas variaciones sobre el "Vals Mefisto" de Liszt.

A Fernando nunca le importó demasiado lo que hacía su bandoneón por la madrugada y respetaba su autonomía; pero su vecino y amigo, el padre Francisco Selene, que tenía el sueño liviano lo convenció a exorcizarlo. Pese a que su propietario siempre lo consideró un buen "bando" le prepararon una celada. Así, en la madrugada siguiente mientras tocaba en la oscuridad del armario "De pura cepa" le tiraron agua bendita. Se oyó un quejido, y una nubecita de humo escribió en el aire algo como: "Rajemos muchachos". Después reinó el silencio.
Fernando un poco desorientado pensó que el padre podía haber usado ácido nítrico en lugar de agua bendita y con el pretexto del demonio le había chamuscado el fueye. Pero el padre Selene mirándolo fijamente a los ojos le dijo: "Lo salvamos, pibe" y lo invitó a descansar. Así fue.
Dos días después, muy bajito, casi inaudible, el bandoneón tocó nuevamente; era "La casita de mis viejos", después respetuosamente se durmió.

Buenas noches.

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